“Nos hemos dado cuenta de que el Señor está contigo —respondieron—.
Hemos pensado que tú y nosotros debiéramos hacer un pacto,
respaldado por un juramento.
Ese pacto será el siguiente: Tú no nos harás ningún daño,
ya que nosotros no te hemos perjudicado,
sino que te hemos tratado bien y te hemos dejado ir en *paz.
¡Ahora el bendecido del Señor eres tú!”
(Gén.26:28)
Ahora estoy disfrutando de mi café, y luego de leer este pasaje veo que la historia se repite con Isaac, solo que Dios pudo detenerlo a tiempo de seguir hasta Egipto. Isaac repite la misma acción con Rebeca, tal como Abraham con Sara.
Abimelec se da cuenta de que Rebeca era la esposa de Isaac y no su hermana como había dicho, entonces emite una orden para que ningún ciudadano del pueblo se acerque a Isaac y Rebeca para procurar su mal. Pero la envidia no se hace esperar. Debido a que Isaac había prosperado en gran manera, Abimelec le pide a Isaac lo siguiente: “Aléjate de nosotros”. Es en ese campo de acción que Dios muestra su fidelidad hacia su promesa y su palabra y le dice a Isaac: No temas, que yo estoy contigo.
¿Alguna vez en la vida has tenido que sufrir tan terrible actitud por parte de otros? ¿O quizás tú mismo te has llenado de envidia en alguna ocasión? A pesar de lo sucedido, la actitud de Isaac nos deja varias enseñanzas.
Lo primero es que el hambre lo lleva a moverse por voluntad propia y se encuentra en un lugar que aparentemente es bueno, pero que más tarde le trajo un problema. No obstante, la fidelidad de Dios hace que Isaac salga de allí y se mueva conforme a como Dios le había mandado.
Lo segundo es que no discutió con Abimelec ni con sus hombres, no hizo resistencia ni se dejó llevar por sentimientos de lucha y de justicia. No combatió contra Abimelec y los pastores del área sino que simplemente se retiró de aquel lugar revestido de envidia y hubo una separación entre la actitud de Isaac y la de aquellos filisteos. Ciertamente Isaac tuvo que ir moviéndose de un pozo a otro hasta encontrar aquel lugar de libre espacio que Dios tenía para él. En Beerseba, en gratitud a la prosperidad que Dios le había dado a pesar de las circunstancias, Isaac construyó un altar e invocó el nombre del Señor.
¿Estás padeciendo persecución por envidia? No te muevas a pleito, no combatas. Muévete hacia la presencia de Dios e invoca su nombre y verás que encontrarás ese espacio donde Dios te hará prosperar y donde hallarás esa agua fresca que él tiene para ti. Santiago 4 dice: “Combates y luchas, pero no tienes lo que deseas, porque no pides, y no recibes porque pides mal, para tu propio deleite” (1-3).
El corazón de Isaac se encontraba en completa calma a pesar de los ataques de aquellos hombres. Abimelec se dio cuenta de que la bendición que Isaac tenía no venía solo de su propia mano sino que Dios estaba en el asunto. El resultado no se dejó esperar: Abimelec terminó humillándose ante Isaac y tuvo que —en buen dominicano— pedirle “cacao”, pues le solicitó hacer pacto (V.28). ¡Tremendo, ¿no?!
La tercera enseñanza que puedo ver es que Dios recompensa en dignidad a aquellos que se esperan en él. A Isaac le fue devuelta su dignidad frente a aquellos que lo habían desechado. Su actitud sigue siendo extraordinaria, pues en vez de vengarse y decirles: “Váyanse de aquí, yo tengo el poder y Dios está conmigo. ¿Ustedes ven? Son ustedes lo que necesitan de mí”, hace todo lo contrario: prepara un banquete y hace compromiso de paz con Abimelec. ¿Resultado? El agua fresca que buscaban fue hallada y otro nuevo pozo le fue dado en bendición.
No te impacientes si hay personas a tu alrededor que te desechan o te envidian por las bendiciones que Dios te ha dado. Más bien, espera en el Señor y muévete según su paz. Clama a él e invoca su nombre. Aquellos que te escarnecen, serán los mismos que se acercarán a pedirte que intercedas delante de Dios en su favor y que compartas con ellos tu bendición. Terminarán reconociendo que "El bendecido del Señor, eres tú!".
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