“Mas tú, Jehová,
eres escudo alrededor de mí; Mi gloria, y el que levanta mi cabeza” (Salmos
3:3).
En uno de los servicios del día domingo en la
iglesia, mientras ministraba las alabanzas, el Señor trajo a mi boca un clamor
desde el corazón, haciéndome recitar el Salmo 3. Sentía un fuego dentro de mí que me hacía
repetir: “Más tú Jehová eres escudo
alrededor de mi, mi gloria y el que levanta mi cabeza. No temeré a diez millares de gente, que
pongan sitio contra mí”. Fue una
experiencia que confieso luego olvidé durante el día. Sin embargo, no me daba cuenta que el Señor
me hacía declarar estas palabras para mi propia protección y la de mi familia. Me estaba preparando mental y espiritualmente.
Al día siguiente —lunes—, salí en horas de la tarde con mi hija
mayor a hacer unas diligencias. Mi
esposo salió junto a las dos pequeñas y todos los perros de la casa a pasear
por el parque y montar bicicleta.
Nuestra querida Juana, se quedó sola haciendo sus quehaceres como de
costumbre. Más tarde, sonó el teléfono y
unos hombres haciéndose pasar por agentes de la Autoridad Metropolitana de
Transporte le informaron que yo había tenido un grave accidente y que había
atropellado a una mujer y su hija. Le
dijo que la niña había muerto y que me estaban encaminando hacia el palacio de
la Policía Nacional.
Juana estaba desesperada, aunque no quería
creer la historia, parecía convincente.
Los hombres le citaron su nombre y el mío por completo y le describieron
el tipo de vehículo que tengo. Ellos
estaban enterados de nuestros datos y posiblemente se percataron de que mi
esposo había salido con los animales. Lo
siguiente que le solicitaron fue que para “ayudarme” buscara prendas,
computadoras y dinero u otros objetos de valor, que los colocara en un sobre y
que en unos diez minutos estarían frente a mi casa para recogerlos, supuestamente
por orden mía. Le dijeron que yo no
podía hablar porque estaba prohibido, pero que ellos me estaban haciendo ese
favor. Las rodillas de Juana se
quebraron y su mente estaba nublada. En
su mente clamó a Dios pidiendo sabiduría y el Señor trajo a su boca la
siguiente declaración a estos hombres: “Ellos
son cristianos y los cristianos no hacen este tipo de cosas”. Así que colgó el teléfono y llamó a mi
hermano, el cual casi nunca está en su casa, pero esta vez, al segundo timbrazo
contestó la llamada y así pudo ella salir de la duda.
Nada había sucedido y todo era una trampa
para entrar a robar, pero el Señor en su bondad, abrió la mente y el corazón de
Juana para darse cuenta de la maldad de estos hombres y de sus
maquinaciones. Al instante, mi hermano
se comunicó conmigo para prevenirme y yo llamé a mi esposo y le previne también
de la situación. En ese momento, me
preocupé mucho, pensando que alguien podía estar acechando mi familia para
hacernos daño. Pero Dios trajo a mi
mente la mañana del domingo mientras ministraba y como puso en mi boca el salmo
3. Entonces, la paz que sobrepasa todo
entendimiento me cubrió y doy gloria a Dios porque él es el escudo alrededor de
mí y de mi familia, nuestra gloria es él.
Como dice el Salmo, no temeré a
quien quiera poner sitio en nuestra contra.
Clamo con mi voz a Jehová y él me escucha desde su monte santo. Esa noche dormí muy plácidamente, porque yo
despierto cada mañana porque él es quien me sustenta con la diestra de su
justicia y sustenta a mi familia. Por
eso digo: “Levántate Jehová, sálvame Dios mío; Porque tú heriste a todos mis
enemigos en la mejilla; Los dientes de los perversos quebrantaste. La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo
sea tu bendición. Él guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra ¡Aleluya!
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