martes, 21 de agosto de 2012

LIBRADO DE LA MANO DE LOS IMPIOS


“Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; Mi gloria, y el que levanta mi cabeza” (Salmos 3:3).

En uno de los servicios del día domingo en la iglesia, mientras ministraba las alabanzas, el Señor trajo a mi boca un clamor desde el corazón, haciéndome recitar el Salmo 3.  Sentía un fuego dentro de mí que me hacía repetir:  “Más tú Jehová eres escudo alrededor de mi, mi gloria y el que levanta mi cabeza.  No temeré a diez millares de gente, que pongan sitio contra mí”.  Fue una experiencia que confieso luego olvidé durante el día.  Sin embargo, no me daba cuenta que el Señor me hacía declarar estas palabras para mi propia protección y la de mi familia.  Me estaba preparando mental y espiritualmente.
Al día siguiente  —lunes—, salí en horas de la tarde con mi hija mayor a hacer unas diligencias.  Mi esposo salió junto a las dos pequeñas y todos los perros de la casa a pasear por el parque y montar bicicleta.  Nuestra querida Juana, se quedó sola haciendo sus quehaceres como de costumbre.  Más tarde, sonó el teléfono y unos hombres haciéndose pasar por agentes de la Autoridad Metropolitana de Transporte le informaron que yo había tenido un grave accidente y que había atropellado a una mujer y su hija.  Le dijo que la niña había muerto y que me estaban encaminando hacia el palacio de la Policía Nacional.
Juana estaba desesperada, aunque no quería creer la historia, parecía convincente.  Los hombres le citaron su nombre y el mío por completo y le describieron el tipo de vehículo que tengo.  Ellos estaban enterados de nuestros datos y posiblemente se percataron de que mi esposo había salido con los animales.  Lo siguiente que le solicitaron fue que para “ayudarme” buscara prendas, computadoras y dinero u otros objetos de valor, que los colocara en un sobre y que en unos diez minutos estarían frente a mi casa para recogerlos, supuestamente por orden mía.  Le dijeron que yo no podía hablar porque estaba prohibido, pero que ellos me estaban haciendo ese favor.  Las rodillas de Juana se quebraron y su mente estaba nublada.  En su mente clamó a Dios pidiendo sabiduría y el Señor trajo a su boca la siguiente declaración a estos hombres:  “Ellos son cristianos y los cristianos no hacen este tipo de cosas”.  Así que colgó el teléfono y llamó a mi hermano, el cual casi nunca está en su casa, pero esta vez, al segundo timbrazo contestó la llamada y así pudo ella salir de la duda. 
Nada había sucedido y todo era una trampa para entrar a robar, pero el Señor en su bondad, abrió la mente y el corazón de Juana para darse cuenta de la maldad de estos hombres y de sus maquinaciones.  Al instante, mi hermano se comunicó conmigo para prevenirme y yo llamé a mi esposo y le previne también de la situación.  En ese momento, me preocupé mucho, pensando que alguien podía estar acechando mi familia para hacernos daño.  Pero Dios trajo a mi mente la mañana del domingo mientras ministraba y como puso en mi boca el salmo 3.  Entonces, la paz que sobrepasa todo entendimiento me cubrió y doy gloria a Dios porque él es el escudo alrededor de mí y de mi familia, nuestra gloria es él.  Como dice el Salmo,  no temeré a quien quiera poner sitio en nuestra contra.  Clamo con mi voz a Jehová y él me escucha desde su monte santo.  Esa noche dormí muy plácidamente, porque yo despierto cada mañana porque él es quien me sustenta con la diestra de su justicia y sustenta a mi familia.  Por eso digo: “Levántate Jehová, sálvame Dios mío; Porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; Los dientes de los perversos quebrantaste.  La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición.  Él guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra ¡Aleluya!

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