Lectura del día: Génesis 23
Entonces Abraham se convino
con Efrón, y pesó Abraham a Efrón el dinero que dijo, en presencia de los hijos
de Het, cuatrocientos siclos de plata, de buena ley entre mercaderes (Gén.23:16).
¿A quién no le gusta que le
regalen algo? Hay un dicho popular que
dice: “A quien no le dan, que no coja”. Pero hay cosas por la que es necesario pagar
el precio, sobre todo si son de mucho valor.
Abraham se ve frente a la
triste noticia de que Sara, su esposa, había fallecido. Murió en Hebrón, en la tierra de Canaán, y
Abraham hizo duelo y lloró por ella.
Necesitando un lugar para
darle digna sepultura, fue a hacer negocios con los hititas. Para los del área, Sara era realmente una
princesa. Podríamos decir que debido a
la influencia que tenía y su belleza incomparable, era una mujer considerada
especial. Ellos declaran a Abraham como
un príncipe poderoso entre ellos (V.6) y estaban ofreciendo gratuitamente a
Abraham un espacio para sepultarla.
Abraham estaba interesado en un lugar específico: La Cueva de
Macpela. La razón por la que quería ese
lugar no se revela en las escrituras; hay muchas leyendas judías alrededor de
esa compra, pero lo cierto es que Macpela podemos verla como un inicio de la
posesión que Dios había prometido a Abraham y a su descendencia. Abraham hace un acto de redención, comprando
el terreno. Vivía en ese lugar como
extranjero, pero este simple acto marcó el comienzo de la historia de un
pueblo. Una nación grande, tal como Dios
lo había prometido.
Creo que este acto es una
tremenda representación de la redención que Jesús hizo. Nos compró a precio de sangre. Pagó con su vida y al aceptar el pago,
pasamos a ser posesión suya. Pero
también es un llamado de reflexión acerca de lo que recibimos. No todo se recibe, aunque sea de buena
fe. Muchas veces tenemos que pagar el
precio para poder tener el total y absoluto derecho. Hay personas que con su buena fe quieren
ayudarte a resolver problemas, ya sea de matrimonio, de estudios, de compra y
venta, de trámites de viajes etc, pero al no pagar el precio, tarde o temprano
ese bien o beneficio te puede ser quitado.
Dios es un Dios justo. Por
ejemplo: “Pero divórciate y cásate con
mi hermana y luego recibes los papeles de residencia”, “Pero pasa con mi carnet
del seguro, después de todo no tiene foto”, “Pero ven a vivir para acá, que
después nos casamos”, y así, vamos recibiendo una serie de ofrecimientos y
bienes que tarde o temprano nos dejan en la calle o desnudos.
Abraham estaba convencido de
que debía pagar el precio, pues era la única forma de demostrar que lo que
había recibido realmente le pertenecía. La cueva de Macpela dejó de ser de los
hititas y pasó a ser propiedad de Abraham y su familia. Allí están los primeros patriarcas
enterrados, es un precio pagado que ha perdurado por miles de años. Esa cueva además le dio el derecho sobre los
árboles y los límites de alrededor. Fue
una transacción completamente legal que además se hizo pública y en presencia
de testigos, porque nada que se hace de manera ilegal puede ser publicado.
Paguemos el precio. Jesús lo pagó por nosotros en la cruz y Dios
desea que andemos en rectitud, pues es la única forma de decir: tengo el
derecho, porque he pagado el precio.
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