martes, 13 de septiembre de 2016

PREOCUPEMONOS UNOS POR OTROS

Más allá de las tareas que realizamos día tras día donde quiera que nos desenvolvemos está el servicio que se desprende de la koinonía.  Esta es una palabra griega que significa compañerismo o identificación con el otro.  El poder identificarnos en las situaciones difíciles de los demás es un pedido constante de nuestro Señor.  El apóstol Pablo nos dice:   “…sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él".

Identificarnos con las situaciones de otros genera confianza, amistad, participación, pero más aún va haciendo que  el afecto  se haga más entrañable.  En la familia, la iglesia, el vecindario o el trabajo siempre tendremos personas a nuestro alrededor que seguramente pasan por una difícil situación.  Puede ser una enfermedad, la perdida de un ser querido, una frustración por problemas en sus relaciones, preocupación por deudas, etc. 

Cuando nos despojamos un momento de nuestros propios asuntos y fijamos la mirada en nuestros semejantes nos colocamos en una posición de humildad y de unidad.  La iglesia es el cuerpo de Cristo.  Si un miembro del cuerpo padece, debemos poner un mayor interés, al igual que si recibe honra, todos los miembros deben gozarse con él.  Preocuparnos por nuestros hermanos es sinónimo de aprecio y es algo que se manifiesta más allá de la emoción.  La preocupación por el otro se traduce en acciones que manifiestan una empatía y un sentir por lo que al otro le está ocurriendo.  Es totalmente opuesto a la indiferencia o al hecho de preguntar un mal día porque estamos de buen humor. 1ra de Tesalonicenses 5:11 dice: "…animaos unos a otros, y edificaos unos a otros".

Si se entera de que alguien que usted conoce, ya sea de la familia, de la iglesia, de su trabajo, del vecindario, etc. pasa por una situación de dificultad o por un momento de dolor, siempre que el hecho sea de conocimiento público, es decir, que la persona lo haya comunicado, acérquese y bríndele su atención, su oración y su abrazo.  Al menos llámele si no puede acompañarle, de una palabra de ánimo y de consuelo, más aun si es parte del cuerpo de Cristo.


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