Identificarnos con las
situaciones de otros genera confianza, amistad, participación, pero más aún va
haciendo que el afecto se haga más entrañable. En la familia, la iglesia, el vecindario o el
trabajo siempre tendremos personas a nuestro alrededor que seguramente pasan
por una difícil situación. Puede ser una
enfermedad, la perdida de un ser querido, una frustración por problemas en sus
relaciones, preocupación por deudas, etc.
Cuando nos despojamos un
momento de nuestros propios asuntos y fijamos la mirada en nuestros semejantes
nos colocamos en una posición de humildad y de unidad. La iglesia es el cuerpo de Cristo. Si un miembro del cuerpo padece, debemos
poner un mayor interés, al igual que si recibe honra, todos los miembros deben
gozarse con él. Preocuparnos por
nuestros hermanos es sinónimo de aprecio y es algo que se manifiesta más allá
de la emoción. La preocupación por el
otro se traduce en acciones que manifiestan una empatía y un sentir por lo que
al otro le está ocurriendo. Es
totalmente opuesto a la indiferencia o al hecho de preguntar un mal día porque
estamos de buen humor. 1ra de Tesalonicenses 5:11 dice: "…animaos unos a
otros, y edificaos unos a otros".
Si se entera de que alguien
que usted conoce, ya sea de la familia, de la iglesia, de su trabajo, del
vecindario, etc. pasa por una situación de dificultad o por un momento de
dolor, siempre que el hecho sea de conocimiento público, es decir, que la
persona lo haya comunicado, acérquese y bríndele su atención, su oración y su
abrazo. Al menos llámele si no puede
acompañarle, de una palabra de ánimo y de consuelo, más aun si es parte del
cuerpo de Cristo.
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