San Lucas 18:37-43
Y los que iban delante le reprendían
para que callase; pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia
de mí! (S.Lucas 18:39).
“…Pero él clamaba mucho más: …”. Esta es la parte del relato del capítulo 18
de San Lucas que más llama mi atención.
Un hombre que estando en una condición de ceguera desde su nacimiento
decidió buscar la bendición que por años esperaba: su sanidad. En S.Marcos 10:46 se indica que era ciego de
nacimiento y su nombre era Bartimeo (hijo de Timeo). Jesús iba por el camino de
Jericó pasando y una multitud le seguía.
El ciego, que además era un mendigo, preguntó qué era aquello. Debería ser alguien importante el que cruzaba
para que se desarrollara tal bullicio y expectación. La respuesta que le dieron fue: Jesús el
nazareno está pasando.
Al parecer, Bartimeo sabía muy bien de
quién se trataba, ya que no preguntó ¿quién es ese? Conociendo de quien se le hablaba, no perdió
tiempo. Como no podía ver por donde se
dirigían las pisadas del maestro, comenzó a vociferar: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!
Los que iban delante le reprendían: ¡Cállate, cállate!, deja de clamar tanto, no ves que es el maestro; el
es soberano y él es quien sabe cuándo va a venir a verte, ya cállate (Cursivas de quien escribe). Jesús se detuvo y pidió que lo trajeran a su
presencia y le preguntó: ¿Qué quieres que te haga?
Muchas veces nosotros nos encontramos en medio
de un lugar o situación como Jericó, rodeados de fuertes muros. El muro
de Bartimeo era su ceguera, ¿Cuál o cuáles son tus muros? Conocemos al Señor,
sabemos de su poder para derribar esas murallas y sabemos quién es él. Estamos ahí y justamente frente al lugar donde estamos (Jericó)
es donde se encuentra el ángel de Jehová con su espada desvainada para pelear
por nosotros y con nosotros para entregar en nuestra manos esa situación tal
como lo hizo con Josué (cap.5 y 6 de Josué), y como lo hizo Jesús con Bartimeo.
El pueblo de Israel debió tocar el
cuerno del carnero PROLONGADAMENTE y
todo el pueblo debió GRITAR a gran voz
para que esos muros fueran derribados (Josué 6:5). Así mismo gritó Bartimeo a gran voz.
Es posible que al igual que el ciego no
sepamos qué tan cerca está ya el maestro de conceder aquello que pedimos. Sabemos que él puede responder, pero no
sabemos en qué dirección o ruta va el proceso de su accionar según su voluntad,
y es ahí cuando nos cansamos. Dejamos de
clamar porque aunque escuchamos el bullicio y sabemos que él viene cerca, nos
desanimamos. Quizás clamemos, pero no
con la fuerza y la intensidad ni la consistencia necesaria como para hacerle
venir como lo hizo el ciego.
También podemos actuar como aquellos que mandaron
a callar al ciego. Podemos mandar a
callar a los que gritan por un milagro diciéndoles: ¡Oye!, ya Dios sabe eso, no
lo atosigues, Dios sabe quién eres y si es su voluntad él lo va a hacer; en vez
de animarles y decirles: Sigue clamando,
sigue clamando con fuerza que el maestro está muy cerca, es más, yo también te
voy a ayudar, clamemos juntos fuertemente. Toquemos el cuerno prolongadamente y gritemos
a gran voz.
Jesús le pidió a los que estaban alrededor:
“Tráiganlo aquí”, y con eso nos dice a
nosotros: traigan aquí a aquel que está alrededor de ustedes que necesita un milagro. Tráiganlo delante de mí y yo le preguntaré ¿Qué
quieres que te haga? Pero insistan,
clamen, no se cansen, y aunque otros le reprendan, sigan clamando, porque es ese
clamor delante de su presencia el que mueve las misericordias de nuestro
Dios. Jesús no solo sanó a Bartimeo sino
que también lo salvó, pues el hecho de haber vociferado con tanta fuerza y
desesperación, daba muestras de la grande fe que tenía puesto el ciego en aquel
que todo lo puede, Cristo el Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario