“Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!
Marcos 10:23
Mientras me preparaba el café, mi amiga y compañera de ayuda en el hogar, Juana, llegó con su Biblia en mano y me dijo: "Vamos a ver qué significa este evangelio del día de hoy". La lectura que me animaba a leer está en Marcos 10:17-30. Es esa bien conocida historia del joven rico. Comenzamos a analizar el significado del relato y hablamos sobre aquellas cosas que nos alejan de hacer la voluntad del Señor y de ponerlo como prioridad en nuestras vidas.
Juana dijo una frase que me impactó: "Es que debemos brincar los muros". Yo misma me quedé pensando: ¿Cuáles son mis muros? ¿Cuáles son aquellas cosas que obstaculizan el que tome más tiempo para relacionarme más con Dios? Pues ahí Dios comenzó a traer a mi memoria esas cosas que me quitan tiempo para crecer y los muros que yo misma levanto que me impiden ver más allá de lo que debo ver. Dios me mostraba cuáles son mis verdaderas riquezas o al menos lo que de manera inconsciente yo trato como las riquezas de mi vida.
Muchas personas se levantan muros que les impiden tomar tiempo para conocer a más a Dios. Creyentes profesos y los que no lo son, emplean mucho tiempo en cosas que, si bien son sumamente importantes, también hacen que olvidemos eso que Jesús trataba de hacer ver al joven rico. ¿Y qué es ser rico? ¿Se trata solo del dinero que se tiene en una cuenta bancaria? ¿Se trata solo de los bienes materiales o propiedades? La riqueza se trata de todo aquello que tenemos como un tesoro. El joven rico tenía un tesoro en su corazón: sus posesiones, pero muchos de nosotros somos ricos en afectos que no queremos perder, en ocupaciones, en el control que deseamos tener sobre cada paso que dan nuestros hijos o nuestros maridos, en el reconocimiento, en los quehaceres de la casa. ¿En qué área eres tú rico? ¿Qué es eso que tienes por dentro en abundancia que te impide acercarte más a Dios? Es por esa razón que Jesús dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios!” (Verso 23), pero en el verso 29, añade otras riquezas que los seres humanos poseemos: padre, madre, hijos, casa, hermanos, tierras y cosas semejantes que nos ocupan toda la atención.
Hay muchos muros que no nos dejan llegar a la casa de Dios o al menos arrodillarnos en nuestras habitaciones para escuchar su voz: el trabajo, las salidas constantes tanto familiares como de entretenimiento, una cantidad de trastes que hay que fregar o ropa sucia que lavar (Hay personas que se la pasan lavando o fregando, y esa es su mayor riqueza o satisfacción), un novio o novia, la vigilancia sobre los hijos (no puedo ir a la iglesia porque mi hijo o hija.... ), la cama (no quiero levantarme, este es el único día que tengo para descansar), el dinero, la moda, el temor (no puedo dejar la casa sola porque se mete un ladrón), la crítica hacia líderes de iglesias (Ese pastor o ese sacerdote....), los estudios constantes, la ignorancia (falta de conocimiento de la Palabra) etc. Todos esos son muros que nosotros mismos construimos y que deben ser saltados y en algunos casos no basta solo con saltarlos, sino que hay que derribarlos completamente. Esos muros son los que se convierten en esas riquezas de las que debemos deshacernos totalmente.
En esta mañana te invito a que medites cuáles son las cosas que guardas como un tesoro y que conforman tus riquezas. Medita si esas cosas están levantando un muro entre tú y Dios. Hasta qué punto te entristece tener que dejar algunas de ellas para seguir al Señor. A veces somos parte de una congregación y nos concentramos en ver los muros de los demás, sin detenernos a observar los muros que nosotros mismos estamos construyendo.
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