Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido?
Muchas veces observo a personas que han estado o están a mi alrededor. Especialmente, cuando observo la exigencia del medio acerca de cómo debemos andar, vestir o comportarnos siento cierta presión. Aquellos que me conocen íntimamente saben a lo que me refiero. No me considero ser una abanderada de la moda ni de los faciales constantes. Tampoco soy muy asidua a utilizar extravagancias ni cosas que llamen mucho la atención. ¡Bendigo a todas las mujeres que pueden hacerlo! ¡Créanme que quisiera tener la inclinación hacia ello, pero confieso que no! Entonces me puse a pensar: ¿Qué tengo que hacer para ser diferente? ¿Cómo hago para poder estar al nivel de lo que mucha gente espera ver, sobre todo siendo esposa de un reconocido escritor y conferencista? ¿Debería dejarme crecer más el cabello o teñirlo de otro color? ¿Debería invertir más tiempo en mi misma? ¿Debería ser más agresiva, vanguardista y atrevida?
Mientras estaba en el Banco haciendo una transacción unas jóvenes se acercaron a mí para preguntar si yo era quien ellas creían:
_ Disculpe, pero usted se parece a la esposa de.....
_ ¿... Astacio? –les interrumpí.
_ Sí –ellas dijeron.
_ Lo soy –contesté.
_ !Oh! Es que en las fotos se ve algo diferente –me dijo una de ellas.
–¿Algo qué? –pregunté.
–No sé, algo diferente.
-!Ah! Entiendo –dije.
Realmente el momento me pareció algo chistoso y me causó risa porque unas de las chicas quiso arreglar el asunto, pero mientras más lo trataba de arreglar, más metía la pata. Yo estaba vestida con unos jeans, una camiseta y unos tenis Converse (de mi hija Daniela) con el pelo en una cola y sin ningún maquillaje. Aunque el momento resultó ser algo embarazoso (supongo que para ellas más que para mí) no pasó desapercibido en mi mente al final de la noche. Algo se activó en mi mente que comenzó a preocuparme. Comencé a pensar en lo que muchas personas pueden pensar, decir o sentir hacia mi persona. Entré al internet para buscar imágenes de lo que tal vez podría hacer a mi favor en términos de apariencia y moda. Le pregunté a mi esposo: ¿Qué crees que me falta?, y me respondió: "Arrojo, es lo que te falta. Debes ser más directa, aprender a decir que no en ocasiones y ser menos complaciente". Le dije: "No. Eso ya lo sé. A lo que me refiero es a mi apariencia, es decir, físicamente o en cuanto a la moda ¿qué crees que me falta?". Me contestó: "Para mí nada". Eso me dejó algo insatisfecha porque esperaba escuchar otras cosas que mi mente ya había fabricado durante la tarde y la noche.
Comencé a pensar en opciones que me permitieran ver más moderna y algo más digna de un hombre que siempre anda bien trajeado y arreglado (cosa de la que yo misma me ocupo, por cierto). "Tal vez debo cambiar el guardarropas" –pensé. Fue entonces cuando escuché en mi interior La Palabra de Dios hablar claramente: "Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado (Romanos 12:3)".
Eso fue como si me hubiesen echado una cubeta de agua fría, diciendo: ¿Realmente crees que eso es lo que quiero que cambies? ¿Realmente tu personalidad va con un nuevo look bien llamativo? ¿Cambiará eso en algo tu forma de ser tan abierta? ¿Aprenderás a decir que "no" en ocasiones? ¿Te sentirás más libre o más presionada? Y entendí que no todas las personas somos iguales, que Dios hizo una gran diversidad y que para mí la libertad es supremamente importante. No todos los miembros de un cuerpo desempeñan la misma función. Tenemos maneras diferentes de ser, según la gracia que nos ha sido dada. Dios llamó mi atención para preguntarme: "Evelyn, ¿cuál es la gracia que te ha sido dada?". "Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1ra Corintios 4:7).
Todo lo que somos o tenemos lo hemos recibido de Dios y cuando entendemos esto, toda necesidad de reconocimiento o vanagloria, insatisfacción o deseo único de quedar bien se aleja; Dios es el que pone en nosotros todo. Eso no quiere decir que no debemos tratar de ser mejores cada día, todo lo contrario. Cada día uno debe esforzarse para proyectar lo bueno que Dios ha puesto y ciertamente no deja de ser un reto. Sin embargo, la mente es sumamente poderosa y el deseo de aprobación también, por lo que tenemos que tener sumo cuidado de que las exigencias de la sociedad de hoy día no nos arropen de tal forma que nos lleven a proyectar lo que en realidad no somos. En conclusión, decidí observarme más hacia dentro y confirmar una vez más quién soy en Dios. Te animo a pensar igual, piensa ¿quién eres en realidad? ¿qué te hace sentir libre y feliz? ¿qué te presiona y qué no? Recuerda que todo lo bueno y perfecto viene de Dios y que Él te ha hecho un ser único y especial.
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