Lectura del día: Job 1
« En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios
despropósito alguno».
Job 1:22
Teidy Alexandra creció siendo
una niña muy alegre. Tranquila, pero
como toda adolescente disfrutaba la vida conforme a su edad. Muy aplicada y sumamente amada por sus padres,
sobre todo por ser su única hija. El 4
de mayo del 2020 había festejado por
video llamada junto a toda la familia el cumpleaños No.76 de su abuela paterna,
esto debido a la pandemia por Covid 19 en la que todas las familias se veían
obligadas a permanecer separadas por la cuarentena. Aun así, en esa transmisión no faltaron las
risas y la celebración. Cuatro días más
tarde, Teidy comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza que hacían pensar que
podía estar infectada por el virus, aunque ¿cómo? si nadie había salido de
casa. En esa semana, la niña comenzó a empeorar
y hubo que ingresarla en el hospital. Criada en un ambiente de vida cristiana, Teidy
permanecía con su confianza puesta en Dios, y a pesar de los fuertes dolores que
estaba padeciendo, no cesaba de cantar y adorar a Dios hasta donde se lo permitía
su voz; como podía, recordaba a su
madre que la voluntad de Dios siempre será perfecta.
Teidy era mi
sobrina. Tenía solo 14 años, una niña
sana a la que cada año se le practicaban todas las evaluaciones preventivas de
salud, y en tan solo cinco días de proceso la vimos partir, no por Covid 19,
sino porque un tumor cerebral estaba arropando su cabecita sin que nadie
percibiera algún síntoma, ni si quiera ella misma.
Ver partir repentinamente
a un ser amado es muy doloroso, mas tratándose de una niña con toda una vida
por delante, con sueños y metas para llevar a cabo. Mi hermano, su padre, había perdido su única
hija. Su madre, mi hermana en la fe y
amiga por años, perdía a su única hija. Mi
hija menor, compartía con su prima la misma escuela, la misma aula y muchos
gustos similares. Había perdido una
hermana con la que pretendía festejar sus 15 años, pues tenían la misma edad.
La partida de mi sobrina produjo
un fuerte impacto, pero más fuerte fue
el impacto que causó en las personas la actitud de ambos padres, ante tan insustituible
pérdida: “Jehová dio, Jehová quitó, sea el nombre del Señor bendito”.
Perder un hijo debe ser
lo más difícil de superar, pero poner la confianza plena y absoluta en Dios es
lo único que puede devolver paz y tranquilidad a aquellos que sufren una situación
de tal magnitud. Durante esos días mis
hermanos pudieron ver cómo Dios preparó a mi sobrina para llevarla de este
mundo, y agradecieron a Dios por esos 14 años, por el testimonio de vida que dejó
en medio de sus amigos y compañeros.
Teidy era una gran evangelizadora, no dejaba pasar una amistad sin
hablar de Cristo, y esto porque sus padres le enseñaron a amar a Dios desde muy
temprana edad. Haber descubierto esta
enfermedad con años anteriores quizás no le hubiese permitido tener la vida plena
que llevó, una vida completamente libre.
Solo Dios sabe el proceso que a cada familia le corresponde vivir, pero culpar
a Dios no es la mejor respuesta ante el dolor o la tristeza. Confiar en Dios y agradecer sí lo es. La gratitud es lo mejor que podemos intentar producir
en nuestras vidas, porque lo que hoy es una dura prueba, mañana puede ser un
testimonio para fortalecer y ayudar a otros.
Como vimos en la lectura de hoy,
Job ante tanta calamidad no pecó ni atribuyó a Dios despropósito alguno. Si no fuera por esa fe y confianza en Dios,
lo más probable es que estos padres no pudiesen sobrellevar tan inmensurable
dolor, pero la gracia infinita de Dios y su amor, su paz que sobrepasa todo
entendimiento humano está al alcance para aquellos que la piden.