El que encubre sus pecados no prosperará; mas el
que los confiesa
y se aparta alcanzará misericordia." Proverbios 28:13.
El perdón de los pecados es algo que Dios ofrece
gratuitamente por su gracia y su misericordia.
Para ganar el perdón no tenemos necesidad de realizar penitencias, obras
extraordinarias o cualquier tipo de acción.
La Biblia dice en Efesios capítulo 2 que la Salvación no es algo que se
consigue por sí mismo. “No por obras, para que nadie se jacte de ello o se
gloríe”. Claro que tanto el perdón como
la fe, cuando lo recibimos con gratitud desarrolla para con todos los que nos
rodean frutos de arrepentimiento porque la fe sin obras de justicia resultaría vana. Esas obras nacen
producto de haber recibido el regalo inmerecido de Dios a través del sacrificio
de Cristo.
Una manera de mostrar frutos de arrepentimientos
y obras de justicia es a través de la confesión. El Señor nos pide que confesemos unos a otros
nuestros pecados. En ocasiones cometemos
faltas contra otros y vamos de rodillas ante Dios para implorar su perdón por
el fallo, pero no lo hacemos ante la persona afectada. El apóstol nos dice: "Confesaos vuestras
faltas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados." En Santiago
5:16.
Sin duda, Dios es el único que puede perdonar
pecados, pero él exige de nosotros una milla más: “reconocer la falta ante la persona
agraviada”. Después de todo, usted o yo
podremos hacer algo a escondidas de un ser humano, pero nunca de Dios, pues
tarde o temprano todo se sabe, pues no hay nada oculto debajo del sol que no
haya de manifestarse (Lucas 8:17). Pienso que es precisamente el amor de Dios y
su misericordia la que hace que esas faltas cometidas por sus hijos se
manifiestan tarde o temprano, porque solo de esa manera la persona se encuentra
en su realidad de pecado.
A veces ofendemos con nuestros actos o con lo
que decimos. Tal vez hemos humillado a
alguien, hemos manchado un nombre, robamos no solo algo material sino la paz de
otro, hemos traicionado, engañado, cometido infidelidad o hemos albergado
pensamientos vengativos en contra de alguien. A lo mejor has desobedecido tajantemente a una
autoridad, o no has tomado en cuenta el dolor o malestar que con tus actos
causas a un ser querido. Los que no se humillan delante de la mano poderosa de
Dios no prosperarán, pero tampoco los que no confiesan sus faltas ante los
demás y los que no se apartan de ella.
Confesar no es un asunto
ligero, algo que tomamos como cualquier cosa, pues no hay pecados
insignificantes, cualquier pecado interrumpe nuestra comunión con Dios y casi
siempre con nuestro prójimo. El verdadero arrepentimiento trae consigo una confesión de carácter específico y reconoce de manera particular a quienes hemos agraviado. Por eso necesitamos arreglar cuentas con Dios y también con la persona afectada, pues eso declara lo que realmente hay en el corazón. Es el mismo capítulo 28 de Proverbios que dice en el verso 14: “Bienaventurado el hombre que siempre está temeroso: Mas el que endurece su corazón, caerá en mal”. El verso 18 dice: El que en integridad camina, será salvo; Mas el de perversos caminos caerá en alguno”. La confesión trae consigo “restauración y libertad., pues si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad” (1ra Juan 1:9).